miércoles, 9 de noviembre de 2016

Con el maestro

Una vez, un discípulo avanzado quiso ir a hablar con su maestro para comentarle una situación que estaba viviendo en relación a su formación y al punto que había llegado hasta ahora. Éste se acercó donde el venerable se encontraba, y a unos pocos metros se detuvo porque vio que parecía estar meditando.
Esperó unos segundos cuando su maestro inclinó la cabeza como si estuviera despidiéndose de alguien, y a continuación se giró viendo a su discípulo mirándole y esperando que se le diera el consentimiento de poder avanzar hasta donde su tutor se encontraba.
-         Siento cierta inquietud en ti, amada alma – le dijo el respetable anciano. ¿Qué es lo que inquieta tu interior?
-         Maestro, mi camino me ha llevado alto, donde puedo ver y darme cuenta del sentido de lo que sucede, pero desde hace un tiempo hacia aquí, que siento el dolor de este mundo en mi interior. Siento el desamor existente en las cuatro direcciones de este mundo. Mi corazón siente este dolor de los que habitamos esta dimensión. Parece como si cada vez percibiera y sintiera con más nitidez e intensidad todo el malestar existente en la esencia humana. Parece como si este dolor, por momentos, fuera el mío, aunque así no sea porque siento aquel quien soy en mí, amansando mi corazón y algún que otro pensamiento pidiendo paso. (Pausa).
-        
-         Maestro, agradecería unas palabras para entender y poder aceptar estos momentos donde el dolor de la humanidad se encuentra en mi interior.
-         ….(silencio por parte del maestro)
-         ….(aguardando sus palabras)
-         Has aprendido a escuchar a tu corazón. Has llegado a la sabiduría de la existencia. Tu corazón, ya no solo es oído, sino que te habla, amada alma, muy claro y alto. Sabes cómo volver a sentir aquel quien tú eres. (Pausa larga).
-         …. (el joven seguía en silencio escuchando y sintiendo la presencia de su mentor).
-         Cuando se ha abierto el corazón y se recibe más allá de tu presente y cercanía, sintiendo la compasión que tú sientes,……es que ha llegado tu hora.

El joven escuchaba atentamente y en relación a estas últimas palabras preguntó:
-         ¿Mi hora, maestro?
-         Ha llegado la hora que dejes el monasterio porque las almas que hay más allá de este recinto te esperan. Ha llegado la hora de tu servicio. Empiezas a sentir la necesidad de los que te rodean, de todos tus hermanos. Ellos te han llamado, y ahora tú, sientes la invocación de sus almas. (Pausa).
-        
-         Debes de dejar este lugar porque tu ser ya se encuentra preparado para llevar a término aquello que has venido a hacer y que ha dado sentido a tu presencia en este lugar. Ahora debes de ir al otro lado de estos jardines para transmitir y ayudar a todos aquellos que te esperan. No estarás solo porque tu Hogar te acompañará allí donde vayas y por ellos serás protegido. Escucha a tu corazón que será el nexo con tu Hogar.
-         Maestro – interrumpió el joven, ¿seguro que estoy preparado para lo acordado?
-         Hijo, no dudes nunca de tu corazón. Aquel quien yo he sido para ti, ahora tú serás para todos aquellos que en tu camino encontrarás y dispuestos a escuchar y abrir sus corazones. (Pausa).
-        
-         El tiempo que has estado con nosotros te ha ayudado a recordar y a conectar con aquel quien en verdad eres. No temas. Ya nunca más estarás solo. Ha llegado la hora que el discípulo se convierta en maestro.
-         Pero si necesito alguna respuesta o aclaración en mi camino, en mis obras, ¿podré venir a preguntarte?
-         Tu mente parece que no te deja dar este paso tan deseado por tu alma. Ten Fe, y deja que tu corazón te guíe. Recuerda que la maestría ya se encuentra en ti.
Habiendo dicho estas palabras, el maestro se dispuso a dar unos pasos para dirigirse a la puerta y continuar su camino, cuando el joven dijo:
-         ¡Maestro! Gracias por todo y por tu presencia en mi vida – mientras bajó su cabeza en señal de agradecimiento.
El venerable le sonrió. Le devolvió el gesto y prosiguió su andar tranquilo, irradiando una paz y una serenidad que solo las viejas almas pueden irradiar.
A partir de estos instantes el joven se dirigió hacia una de las puertas del monasterio. La cruzó y sintió la emoción intensa del recordar estando en el Hogar y que en poco volvería a encarnar en el ser que ahora es. 
Sabía que todo iría bien.


Se alejó de donde hasta ahora había sido acogido, bajando la colina y dirigiéndose hacia el pueblo, sintiendo el Amor y la Plenitud de saber que le había llegado su hora.  

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