jueves, 13 de agosto de 2015

La hora del vuelo

Una vez, un discípulo paseando por el recinto del monasterio donde era instruido, vio a su maestro sentado en un banco contemplando el valle que se extendía a sus pies.
Llegando ante él bajó la cabeza, saludando a su mentor, diciendo:
-         ¡Buenos días, maestro! Hay algo que querría saber y hasta ahora no he podido encontrar la respuesta.
El venerable le devolvió el saludo y dijo:
-         Algún día yo ya no estaré. (Pausa). Llevas ya un tiempo entre nosotros. Has aprendido y has sabido abrir tu corazón y escuchar tu verdadera voz que habita dentro de ti. (Pausa). ¿Cómo harías para encontrar la respuesta a tus preguntas?
-         Iría a otro maestro – le respondió.
Entonces, haciendo un pequeño silencio, el anciano lo miró y con los ojos bondadosos y comprensivos hacia aquel joven que tenía delante, continuó:
-         Y así podrías ir buscando y buscando hasta encontrar a alguien que te respondiese a aquello que nace dentro de ti.
-         ¡Sí! – dijo el chico.
El maestro movió la cabeza como asintiendo las palabras del chico, pero sin dejar de mirar el valle que estaba contemplando.
-         Llega un momento del camino que el apoyo que tenías desaparece. ¿Sabes por qué? – le preguntó con una suave y amable voz.
-         ¿Por qué maestro?
-         Porque la semilla debe de convertirse en fruto. ¿De qué serviría si siempre se la protegiese de las inclemencias del tiempo y se guardase en una pequeña caja?
-         No es esta la finalidad de su existencia – respondió el chico.
-         ¡Bien!, veo que has aprendido – dijo sonriendo el sabio, al ver que aquella alma ansiosa de aprender dio una respuesta adecuada. Pues así sucede con cada uno de nosotros. No estamos aquí para aprender y aprender, teniendo a alguien como Fuente. Hemos de encontrar nuestra propia Fuente en nuestro interior. (Larga pausa).
A continuación dijo:
-         ¿Ves los pájaros volar? – observando hacia la dirección donde se encontraban.
-         ¡Sí! – respondió mirando hacia ellos.
-         Pues ellos aprenden según ven y sienten. Llega el momento que deben de valerse por sí mismos. ¡Y muy bien que lo hacen! – dijo haciendo una sonrisa. Así tú, eres igual que ellos. Estás en el nido hasta que llega el momento de volar por ti mismo, y este momento ya ha llegado.
-         ¡Basta amado maestro! ¡Si todavía no sé todo lo que tú sabes! ¡Todavía debo de aprender mucho sobre mí y la vida!
-         Aprendiendo de ti, aprenderás de la vida, y para aprender a sentir tu alma, solo te necesitas a ti. Escúchala y sabrás lo qué te dice. (Pausa). Todo lo que has aprendido aquí es para que aprendas a volar. Cuando ya lo sabes, debes de dejar que aquello por lo cual has venido a hacer, sea llevado a término. Solo tú sabes lo que es.
-         Pero yo no sé lo que he venido a hacer todavía.
-         El pájaro tampoco sabe lo qué hacer en todas las situaciones que pueda encontrarse, pero ha aprendido a volar, y es en los constantes vuelos que va haciendo, que aprende toda la técnica del dejarse llevar por las brisas e ir donde encontrar su nuevo alimento. (Pausa). Amado aprendiz y maestro de mi alma, no soy yo quien debe de indicarte todas las decisiones que debes de tomar. Solo tú sabes del camino de tu tesoro. Has aprendido a andar y a discernir. Ahora – continuó – debes de emprender el vuelo para llegar a la finalidad de tu alma.
-         ¡Pero yo no quiero dejarte, maestro! – dijo el chico inquieto por lo que acababa de escuchar. Todavía tengo que aprender mucho.
-         La dirección de tu vuelo es diferente a la mía. Agradezco tu presencia en mí. Me siento honrado por estar a tu lado durante todo este tiempo, pero el maestro debe de continuar su camino, y el discípulo convertirse en el maestro que es, no en quién soy yo.

El chico quedó pensativo, y después de unos instantes el venerable anciano se levantó del pequeño banco de madera en el cual se encontraba y se dispuso a irse, cuando el joven le dijo:
-         ¿Así ya no nos veremos?
-         ¡Oh, ya lo creo que nos volveremos a ver!, pero no será tal como nos vemos ahora.
Entonces dio unos pasos y se detuvo.
El chico le observaba y no apartó la vista de aquel ser tan amado por él durante todo aquel tiempo.
-         No tengas miedo de ser tú, porque en el vuelo que harás te acordarás de mí y de todos aquellos que contigo hemos estado. No estarás solo – finalizó diciendo y alejándose del joven aprendiz preparado para mostrar el maestro que era, sin él saberlo.
Cuando el chico vio a su mentor a cierta distancia, le llamó:
-         ¡Maestro!

Este se detuvo. Giró la cabeza y vio como venía corriendo hacia él hasta llegar justo delante. Entonces, el chico le abrazó y le dijo:

-         ¡Gracias!


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