jueves, 15 de mayo de 2014

Sintiendo con Jesús

Paseando junto el riachuelo, con las aguas cristalinas y revoltosas por las piedras y caídas a lo largo de su curso, ahora me permiten sentir su sonido como melodía a primera hora de la tarde, sintiendo la necesidad de pasear por este lugar donde mi ser y el Hogar pueden reunirse sintiendo la inmensidad de la calma y la paz, dando pie a la manifestación del amor, como vínculo entre aquel quien eres y la Luz de la cual procedemos, junto con nuestros hermanos de este Hogar que en su momento volveremos habiendo dejado la materia para la mayoría de los encarnados.
Siento el Cielo en mí. Siento como si fuera un peldaño más para que la humanidad pueda subir la escalera en forma de vórtice hacia su ascensión. Soy parte de este gran Plan en el cual todos estamos inmersos.
Ser consciente de esta unión con algo más grande que el simple vivir en la forma, hace que tu espíritu se relaje y puedas ver y sentir tu presencia en tu vida actual como ofrenda a toda la humanidad y la tierra para que, juntos, podamos elevarnos y sentir la majestuosidad de la Intencionalidad Divina, que da sentido a nuestra existencia en estos momentos, aquí, en estos tiempos de grandes cambios a nivel de consciencia.
Me siento unido a lo que veo en estos momentos, y un afortunado por poder sentir la pureza que me rodea.
Llegando a un pequeño claro, encuentro unas piedras que me sirven de respaldo, sentándome en la hierba regada por la humedad de este riachuelo que continua su curso en la aceptación, humildad y entrega. Solo unos ojos abrazados por el despertar pueden darse cuenta de la belleza existente en este espacio de la naturaleza.
La sombra producida por las ramas de unos árboles, hacen que sea el lugar adecuado para abrir de par en par mi corazón, y reunirme con mis hermanos de la Luz.
Contemplo la sabiduría de este arroyuelo, cuando me doy cuenta que Jesús está a mi lado. Su presencia asosiega todo el lugar. Una inmensa armonía interior te invade, junto con la pureza del Amor que transmite y somos. Es este Amor y entrega a la Fuente Creadora de toda Vida, lo que nos une y nos hace sentir lo mismo. Ninguna diferencia. Ninguna distancia entre nosotros. La Unicidad es plena, pudiendo sentir este Amor que nos une, como lo único que existe en nuestro planeta para saber de nosotros mismos.
-         Te amo – le digo a Jesús.
-         El Padre se encuentra en ti y siento su presencia en mí a través de ti – me responde.
-         Cuando siento lo que siento en estos momentos, no se necesitan las palabras. Basta el silencio y el corazón abierto – expreso.    
-         Dichoso tú, que abriste tu corazón y me aceptaste en tu vida. Aceptándome, dejaste que el Padre fuera en ti. (Pausa). Siento tu Amor derramarse por doquier. Tus pasos siembran el camino del Padre para que los que sigan el camino establecido puedan saber de sus almas y llegar al Padre.
-         Gracias Maestro – le respondo, continuando: Solo existe el Amor, lo que acerca y une a todas las almas. No hay unos más que otros. La Unicidad te permite ver la igualdad entre todas las almas, y el apoyo entre unas y otras, a menudo, sin ser conscientes de estos apoyos.
-         Mira ante ti – me dice.
Lo hago, y veo como un arco lleno de luz en su cavidad interior. Me dirijo a él y justo cuando estoy a punto de entrar en él, siento las energías que desprenden. Me son familiares. Emocionado por lo que siento, doy un paso con mi derecha y siento la absoluta dejadez de mi ser, despojándome de todo lo que no sea mi naturaleza divina. Me adentro cuando oigo una voz que me pregunta:
-         ¿Qué sientes?
-         Plenitud – le respondo. El Amor en su máximo potencial expresándose en mí.
-         Así como tú lo sientes, cada alma encarnada así está siendo velada y amada. Tu consciencia – prosigue la voz no sonora – te permite saber de dónde procedes y aquel quien eres.
Avanzo a través de esta luz y veo a mis hermanos celestiales contentos de verme y sonriéndome, irradiando su amor y su luz hacia mi ser. Siento que ellos siempre, en todo momento, están con nosotros, conmigo, y acompañándonos a lo largo de nuestro trayecto en la materia.
Me quedo quieto sintiendo y viendo desde mi corazón, a toda la Familia. No hay nada parecido al Amor sentido en estos momentos. UNO. (Pausa un poco larga).
De repente me encuentro nuevamente con Jesús, sentados como en el principio del encuentro. Él me sonríe, sabiendo lo sucedido en mí. Luego, me dice:
-         La Luz se encuentra en ti. Cuando el vehículo de esta Luz se eleva, la Luz se intensifica e ilumina a otros vehículos.  Cuando la materia ha despertado y ha activado su ADN, entonces la consciencia empieza a darse cuenta de la Verdad. Cuando esta Verdad se manifiesta en Uno, ser y consciencia se unifican para dar paso al Padre en él. Cuando el Amor es la guía de tus pasos, tu pensar, tu expresión y tu presencia, el Cielo se manifiesta en la Tierra a través de ti.
-        
-         Un nuevo ser aparece, siendo el mismo pero otro. Tu percepción de la vida, encuentra el sentido de lo vivido y existente. No hay mayor satisfacción para el alma al servicio del Padre, que abandonarse en sus brazos y ser Él en la materia. Es entonces, cuando materia y espíritu son Uno, la plena manifestación del Hijo de Dios. Padre e Hijo son Uno, porque el Amor es en esta unión. El proceso del camino, entonces, toma otra dirección, porque quien fuiste se convierte en quien eres. Tu andar no es el mismo, y tu predisposición, tampoco. (Entonces, mirándome me sonríe, desprendiendo su expresión amorosa, cercana y humilde, percibiendo que él no es más que yo. Esta familiaridad me emociona y me vienen ganas de llorar por la pureza sentida en estos momentos).
Después de una pausa, le pregunto:
-         ¿Algo más que quieras decirme?
-         ¡Siente porque el Padre está en ti, en cada uno de vosotros! Es el corazón, el camino hacia el sentido de lo que vivís. En él llegaréis a quienes sois, a todos nosotros (refiriéndose a los hermanos del Hogar), y a vosotros mismos.
Nos levantamos y nos abrazamos sintiendo la unicidad en nosotros, la unión de nuestros corazones.
-         Gracias por tu presencia en mi vida – acabo diciendo al concluir nuestro encuentro.
Él me sonríe y desaparece, haciéndome sentir en mí, conforme siempre hemos estado unidos.
(Me pongo a llorar de alegría y por la emoción sentida al percibir estas sensaciones).
-         Gracias. Gracias. Gracias – acabo diciendo en el silencio de la plenitud interior de estos momentos.

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