lunes, 21 de marzo de 2011

Autismo voluntario


Como un libro lleno de historias maravillosas y sabiduría contenida al nacer, puesto en un estante del aparador principal de una gran y famosa librería, de nombre VIDA, el caso que ahora presentaré es de un ser humano amado por mi persona.
Imaginaos este libro, reluciente, nuevo y con un gran potencial de ser best seller dentro de su categoría, que se le quitaran todas las palabras impresas, quedando solo la forma, las hojas y las tapas, dejando la portada para que la gente supiese de quien estamos hablando.
Imaginaos que esta persona, debido al acuerdo con su alma, le escondieran todas las herramientas para manifestar su potencial, su fuerza y manifestación. ¿Qué quedaría? Un ser vació donde cualquiera, que lo cogiese, podría escribir lo que quisiera, pero lo que quedaría impreso no sería de la esencia original prevista. Este libro ya no sería la idea inicial, sino según quien lo poseyera. Así fue de la persona que hoy os quiero presentar. Todo lo que podía llegar a ser, desapareció debido al ambiente escogido para su evolución. A la mariposa que podría haber llegado a ser, le quitaron las alas, y se quedó en larva. No pudo volar. Se arrastró por el suelo como le habían enseñado, y con el tiempo, su cuerpo se resintió para poder llevar a término el camino previsto para toda oruga que se convierte en mariposa. De alguna manera, su estado latente de oruga todavía se encuentra en su interior.
Aprendió a obedecer, debido a un padre muy rígido, dominante y apegado a la dualidad, por los tiempos que vivió. ¿Y su madre? Hizo el papel perfecto para que su hija se diera cuenta del ejemplo que le estaba transmitiendo a través del silencio y la anulación, al no intervenir en ninguna decisión de su pareja.
¿Hasta qué punto puede alguien llegar con una falta de amor, llena de miedos, inseguridades, dudas no resueltas, con nada de autoestima y habiendo tenido un aprendizaje desde su infancia de servir al “hombre”?
Cuando aceptamos no ser nosotros, tu mundo interior se rebela. Esta rebeldía la aprendes a no manifestarla porque temes que tu padre dé un puñetazo sobre la mesa, te chille o te haga callar, o incluso, te ignore, debido que él tampoco ha aprendido a expresar lo que sentía y este aspecto le era nuevo para él: por lo tanto, la única manera de encararse con algo que desconoce y no sabe si podrá hacerle frente, es cortándolo desde la raíz: ya no dejando que tu familia lo exprese por miedo a que él no pierda el control familiar y deje de tener autoridad.
De la persona que os estoy hablando aprendió a “que nadie le tenía presente”, siendo una más del grupo que salía, siendo una más de su familia, siendo una más por la pareja que “la eligió”, aunque de un buen principio la ignoró al conocerla. Aprendió a adaptarse a los demás sin que ella pudiera decir su opinión para hacer lo que creía. Ella aceptaba, se adaptaba y la bola del resentimiento se fue haciendo cada vez mayor. Dejó de tomar decisiones. Todo lo que hacía era porque los demás decidían por ella. Lo aceptaba porque era lo que le habían enseñado a hacer. Este aprendizaje se lo hizo propio, y a medida que iba creciendo, aquel ser se fue transfigurando en un juguete a las manos de los demás. Dejó de tener opinión, decisión y lo que repercutía en sus relaciones, o como madre, dejó que los demás o su pareja decidieran por ella. Ha sido una sombra con ganas de amar a sus hijos.
Tenía un gran resentimiento hacia los “hombres”. Para ella, “todos los hombres eran iguales”. Ellos le habían hecho mucho daño en su vida, pero era incapaz de hacer alguna cosa, porque le habían dicho que no podía volar y no había de ser ella.
Tuvo hijos, y era lo único que amaba. Aprendió a aceptar a su esposo, pero dentro de ella llevaba el fuego de la rabia, de la impotencia para romper “el conjuro” que “le hicieron” de pequeña con la educación recibida. De mayor no supo volar. Pesaba demasiado. Le faltaban las alas del coraje y la fortaleza para decir ¡basta! y empezar una nueva vida siendo ella. En el presente era una sencilla sombra de quien quiso casarse con ella. Después de tener bastantes hijos, todavía no ha dado una respuesta a su “petición de mano”, por parte de quien es su marido. Nunca ha tomado una decisión. No supo que decir, porque le habían enseñado a no ser ella y hacer lo que los demás dijesen, y en el día de petición de mano, no supo que responderle. Siempre ha ido a remolque, anulando del todo a su ser.
Con los años tuve la oportunidad de estar cerca de ella, en el día a día. Me di cuenta de todo lo que había dejado atrás y en qué se había convertido.
Si la vieseis por la calle, es una abuela, de alguna manera elegante, pero sencilla a la vez, con una expresión de cierta dureza y unos ojos que muestran un profundo dolor silencioso a lo largo de su vida. Camina reservada y desconfiada de todos.
Perdió el sentido del humor. No reía. No sonreía. Cuando se hacía una broma, ella callaba y hacía un gesto como queriendo decir: “no sé porque reís, porque esto no hace nada de gracia”.
Tiene su corazón dolorido, y no tan solo su corazón, sino todo su cuerpo. Ha ido perdiendo movilidad a lo largo de los años. Ahora anda poco porque su columna vertebral, su pilar de vida ha perdido todo su empoderamiento. Nada es. Ha perdido su identidad, y cuando he hablado con ella, repite aquello que su esposo dice una y otra vez, con las mismas palabras. Se hace suyas palabras que ella personalmente nunca hubiera dicho. Esta es la degradación del ser humano a niveles profundos: dejar de ser uno mismo para adaptarse y ser parte de aquel con quien se casó con ella.
Ya no se acuerda de tomar decisiones. Cuando le dices qué piensa de algo, no sabe qué decir, o como mucho: “el mundo está muy mal. No sé a dónde iremos a parar”. Cuando se le pregunta si quiere ir a tal lugar, lo que dice es que le pregunte a su marido. Cuando no sabe qué hacer para comer y le pregunto qué le gustaría a ella, me responde que “a ella tanto le da, que le preguntará a su esposo”. Cuando le pregunto qué programa de televisión quiere ver, te responde que “¡ah! es igual, que él (su esposo) ponga lo que quiera”. Cuando una vez le pregunté qué quería para los postres, no supo que responderme. Entonces le dije que no llevaría ninguna fruta a la mesa. Ella, a continuación se inquietó y molestó porque le hacía decidir una cosa que ella nunca había hecho. Dejé que hiciera lo que ella creyese más oportuno. Como siempre hace con su marido, siguió la rutina y comieron la fruta que cada día comen, habiendo otras.
No le gustan las novedades, las sorpresas. Sólo sigue rutinas y rituales cotidianos. Este ser se creó su mundo interior y se encerró en él. Las cosas importantes las decide la persona que se casó con ella. Cuando está ante el televisor, mira pero no ve, porque después le preguntas alguna cosa que acaban de hacer, y no sabe qué era. Te responde que no estaba atenta. Oye pero no escucha. Acaban de decir una cosa, y preguntarle qué habían dicho, y no saberlo. Te responde que estaba pensando en otras cosas. Cuando deja una cosa en un lugar concreto, aquello siempre debe de estar allí y si tú lo pones en otro lugar, se inquieta y no se siente cómoda. Las cosas deben de estar allí donde siempre ella las ha dejado. Se ha encerrado tanto que ha desconectado con el mundo exterior. Ha decidido convertirse en una autista voluntaria.
Con los años, debido a la absoluta negación de su ser, los médicos, ya siendo abuela, le diagnosticaron inicios de alzheimer. Actualmente va perdiendo la memoria cada vez más, a pesar que ella se va dando cuenta que se ha anulado, perdiendo sus fuerzas para cambiar el cómo ha sido durante tantos años. No quiere cambiar. No se da cuenta de sus estados interiores. Está tan acostumbrada a no pensar ni sentir por ella, que a veces, no es consciente cuando está contenta a cuando no. Dice que su vida siempre ha sido igual.
Le enseñaron que ella era una inútil, que no servía para nada, que era una mujer y las mujeres han de servir a los hombres, que lo que ella pensase no importaba, que siempre había de hacer caso a los demás, y que había de quedar bien y no contradecir a los hombres y al marido que pudiese llegar a “tener”. Cumplió con creces, perfectamente lo que le habían enseñado. Se lo creyó y aceptó como si estas pautas enseñadas fuesen de ella. Pensó que el mundo era así, aunque sentía diferente. Fue la única decisión que tomó. El dolor le ha ido corroyendo por dentro durante toda su vida.
El no amarse y ser uno mismo lleva a la anulación del ser perfecto y completo que somos. Cuanto más nos alejamos de nuestra esencia, más dolor creamos en nuestra vida, y menos sentido tiene ésta para nosotros. La distorsionamos y nos pensamos que la visión obtenida desde nuestros filtros es la cierta, y entonces la generalizamos, diciendo que todos son iguales, o que la gente es muy mala, o que el mundo está muy mal, o es así. Se ponen en el centro de una niebla de negatividad, que cuando más la integras en ti, más alejado de la realidad se está, pero ellos esto no lo ven.
La falta de autoestima no permite disfrutar de la vida y sentir la felicidad en ti. No te deja disfrutar de los momentos más inocentes del día. Adquirimos obligaciones innecesarias y responsabilidades que no nos corresponden. Uno deja de ser uno y la alegría desaparece de tu vida. El cuerpo se resiente, la memoria se bloquea porque no quieres recordar el pasado vivido y todo lo que te han hecho, y el mundo no tiene nada que ver contigo. Miras, sientes, pero no sabes lo que está pasando. No recuerdas, con el tiempo, aquello que quieres recordar porque se han cerrado los registros de la memoria para no sufrir y encararse con la realidad que se vive, porque nunca lo ha hecho y le enseñaron que “había de ser una niña buena y una buena esposa”.
La persona de que os hablo es alguien muy amado por mí. Siento compasión por ella, y a su lado, he conseguido hacerle reír y mostrar el sentido del humor, que en el fondo, todavía tiene en su mundo interior. Ahora ya ríe más, incluso me hace alguna que otra broma de cuando en cuando. Ahora habla más, está más abierta. La apoyo y le hablo de tu a tu, como alma, no como persona.
Cuando la veo andar veo a una abuela con un poder interior inmenso que ella misma desconoce pero que en cualquier momento, si quisiera, lo podría llegar a manifestar porque siempre ha estado allí latente, pero no ha querido reconocerlo. Veo a alguien generoso, dedicado de lleno a sus hijos y haciendo lo que sea necesario por ellos. Veo a alguien entregado a su condición de mujer obediente, haciendo aquello que cree que debe de hacer: servir, a su manera, a los demás. Sé que si algún día necesito algo y voy a ella, nada me faltará.
Mi amor está contigo.

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