jueves, 30 de septiembre de 2010

Nadie es profeta en su tierra


Cuando se vive en un entorno donde se está fuertemente enraizado a la dualidad, cualquier aspecto o maneras de ser, pensar o ver la vida diferentes a lo establecido no está bien visto, desconfiando de la persona que nos lleva a una obertura a nuevas maneras de ser más en acorde a nuestra verdadera naturaleza.
Cuando se está cerrado a una manera de pensar, y se ve la vida según el desamor y la ignorancia de quienes somos, se malinterpreta lo que nuestros ojos físicos ven, creando una visión y una interpretación según nuestros baremos y escala de valores. Todo se lleva hacia según se es. Todo aquello que se ve, se escucha o lee aparece el filtro de la limitación y aparece el miedo disfrazado en las interpretaciones hechas: la crisi (miedo a dejar ir y falta de confianza), la economía (miedo a no tener el dinero suficiente para hacer frente el día a día), el paro laboral (miedo a no encontrar un trabajo y obtener, así, unos ingresos)… tanto da lo que uno pueda necesitar realmente o lo que piense, lo que sucede es que se ven obstáculos constantemente en todo lo que se percibe. Así es cuando uno está fuertemente enraizado a la dualidad.
Cuando alguien se presente y dice que no hemos de tener miedo a vivir y a ser nosotros, y que todo lo que es cuchamos o vemos solo es fruto de nuestra mente, tal como lo interpretamos, debido a los miedos inculcados e integrados a nuestras células, entonces, es apartado porque la dualidad no permite responsabilizarse de la vida de uno mismo, y la gente atrapada en ella quiere continuar yendo de víctima para no cambiar, debido que ha estado años viviendo así y se ha adaptado al dolor, a preocuparse, a las tensiones, no queriéndose responsabilizar de sus vidas, de todo lo que hace y vive. Decir que no hemos de tener miedo representa dejar el papel de víctima y coger el de responsable en la vida de uno, y no todos quieren asumirlo.
Yo he ido a convivir en un ambiente de dualidad, fuertemente enraizado a la terrenalidad, donde no se quiere cambiar. Mi presencia ya hace años que ha sido, incluso, infravalorada y menos preciada con comentarios de burla. Ahora, el hecho de convivir en él, se me está aceptando pero no hay comunicación debido “a mis ideas y manera de ver la vida”.
Nadie es profeta en su tierra.
Cuando se ve a un hijo crecer en una casa concreta, y el padre es dominante, rígido, inflexible, perfeccionista y cerrado de mente, el hijo siempre será el hijo, y nada más que su hijo. Le verá como hijo y no será más que el hijo. Lo que ellos no saben es que “su hijo” es un ser diferente a ellos con una personalidad propia y una manera de ver la vida también diferente que la de sus padres. La madre sumisa, dominada por el padre y sin palabra, haciéndose aquello que el padre dice, y éste, convenciendo a todos los miembros d la familia de sus posturas como mejores y las adecuades (según él).
Nadie es profeta en su tierra.
El ser humano de este escrito vivió diferentes momentos familiares donde nadie le aceptó por lo que decía y hacía. Mentes cerradas limitan la aceptación y el acercamiento entre las personas. Se le veía como hijo y se cerraban y argumentaban sus intervenciones según sus vivencias de desamor y los entornos en los cuales vivía.
Nuestro ser hubo de irse, hace tiempo, de la casa familiar y poner tierra entre medio para conectar y encontrar el verdadero ser que era. Durante años encontró a maestros que le ayudaron en el camino del autoconocimiento y el despertar espiritual. Leyó muchos libros de autoayuda, aplicando sus contenidos para comprobar sus resultados. Durante años estuvo trabajándose alejado del ambiente familiar, siendo la única manera de poder encontrarse a él mismo y entender el por qué de todo.
Con los años fue encontrando las respuestas que quería encontrar. Fue conociéndose y las puertas de la sanación y la sabiduría se abrieron de par en par. Su ser se serenó, su mente estuvo a su servicio, aprendiendo a hacerla servir y a controlarla, no dejándose llevar por ella, sino que ella estuviera a su servicio. Su espíritu se fortaleció y tranquilizó. Aprendió a escuchar y a seguir las directrices de su corazón. Entendió su vida y el por qué de muchas de las cosas que vivió a lo largo de los años. Consiguiendo perder los miedos, adentrándose en el camino que sintió que había de seguir en esta vida, y con el coraje, esperanzas y fortaleza dio pasos en esta dirección, yendo en contra de sus voces familiares que no le apoyaban ni le aprobaban lo que hacía o como vivía.
Nuestro ser humano empezó a perdonarse y a perdonar a sus padres. Abrió su corazón y dejó que el amor entrase en su vida, liberando la rabia, los complejos y la infravaloración que en él había. Hizo una gran limpieza de su ser, dejando ir una manera de ser inculcada de hacía años para dar paso al nuevo ser que él sentía que había de ser. Aprendió a confiar, a abrirse y a aceptar. Por momentos, su fe le salvó de situaciones. Consiguió purificar y transmutar sus energías por unas de más alta vibración, más puras.
En su nuevo espacio donde se encontraba abrió nuevas puertas en su camino donde valoraban según era, mientras que para sus padres continuaba siendo “su hijo”. No veían el ser que había dentro de aquella imagen.
La vida hizo que padres e hijo tuvieran que compartir juntos parte del camino, y fue como con la convivencia diaria sus padres aceptasen más la manera de ser del hijo, aunque, debido a su encierro y a su fortalecida dualidad no se diesen cuenta del ser luminosos y lleno de amor que tenían a su lado. Solo era su hijo, no queriendo saber de sus actividades, de tipo espiritual, a las cuales se dedicaba. No querían preguntar por no tambalear sus esquemas religiosos, aferrados a ellos y no valorando a su hijo por lo que era. Pensaban que no podía ser que igual que seres, maestros espirituales existentes a lo largo de la historia de nuestro planeta. ¡Era su hijo… y punto!
El ser humano entendió todo esto y aprendió a conectar desde el corazón con ellos, con su parte más amorosa, y a no dejarse interferir por sus miedos, limitaciones y visión de vida. Nuestro ser aprendió a ser él en medio de un ambiento diferente al suyo. Él no veía a sus progenitores como padres, sino como seres en un proceso de ascensión, dándose cuenta de todo lo vivido y lo sentido a lo largo de sus vidas. Les entendía y sentía compasión y amor por ellos. Todo y así, él continuaba siendo “su hijo con sus limitaciones y manera de ver la vida irrealista”. Sus miedos no les permitían ver con quien estaban compartiendo sus vidas. Era alguien que” no tenía las cosas claras y perdido por la vida no pudiéndose realizar en ella”.
Algún día despertarán y sabrán del verdadero ser que era su hijo.
Nadie es profeta en su tierra.
Solo con una mentalidad abierta y la conciencia despierta podremos darnos cuenta de quien tenemos a nuestro lado y la importancia de aquel ser en nuestra vida.
No somos hijos/as, padres, tíos/as, primos, nietos, pareja, ¡no! Somos mucho más que esto. Somos seres espirituales con un potencial amoroso inmenso, necesario para todos aquellos que nos rodean y con una función concreta a realizar en nuestra vida actual. Somos mucho más que una etiqueta familiar. Cuando aprendamos a ver a cada uno por lo que es y no por la relación con nosotros, nos daremos cuenta del verdadero ser que tenemos delante y la maestría que hay en él para nosotros.
Abrámonos y dejemos que nuestra alma avance hacia la Ascensión del ser con toda su majestuosidad. Entonces, si así lo hacemos, veremos que todos somos Dios en nuestra tierra llevando la Luz, el Amor y la Paz que somos. Entonces nos daremos cuenta de la perfección, como seres, que cada uno es. Entonces seremos libres y sentiremos la divinidad que hay en nuestro interior.
Así es y será.

Que el Amor y la Paz sean en todos vosotros.

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