miércoles, 1 de julio de 2009

El hombre de las palabras al oído


Una vez llegó a un pueblo un hombre que hablaba al oído a todas aquellas personas que le preguntaban alguna cosa. Todos los que se le acercaban para preguntarle algo, él se acercaba a su oreja, y como si nadie más tuviera que oírlo, le hablaba. Quien escuchaba se emocionaba; al final se hacían un abrazo y quien se le había acercado se iba contento y alegre. Así uno y otro.
Todos supieron de aquel hombre que hablaba cerca de la oreja. Todos se iban igual, contentos, alegres y emocionados.
Un día quise saber qué les decía y decidí ponerme a la cola para saber el por qué de los cambios producidos en todos aquellos que iban. A medida que me acercaba a aquel ser tan enigmático, me sentía inquieto. Las expresiones de quienes se despedían habían cambiado. En pocos segundos, una vez eran con él, sus expresiones cambiaban.
- ¿Qué les habrá dicho? – me preguntaba.
Pronto llegará mi turno. Solo tres personas tenía ante mí: una mujer, un joven y un viejo. Miré hacia atrás, y la cola era cada vez más larga. Todo el pueblo había recibido la noticia de la llegada de aquél hombre extraño que hablaba cerca de la oreja y hacía que la gente se sintiera mejor después de estar con él. La voz había corrido todas las calles, e incluso el alcalde, divisé a lo lejos, que se colocaba para que el bienvenido le hablase.
Nadie podía escuchar lo que decía, sólo a quien iban dirigidas sus palabras. Por más que agudizaba mis oídos, no pude oír ninguna palabra clara sobre lo que decía a los demás. Ahora ja solo tenía al viejo ante mí esperando. El joven le preguntó no sé qué, y aquel ser con un aspecto de bonhomía y afable se acercó muy cerca de su oreja derecha y le empezó a decir palabras que para mí eran sin sonido.
El chico se marchó muy emocionado y contento, con una alegría inusual en él, según alguien que le conocía y le vio alejarse de aquel hombre.
Ahora veía como el viejo le cogía de la mano y le habló. El hombre le escuchaba hasta que se le acercó a su oído y empezó a susurrarle no sé qué. El anciano empezó a emocionarse hasta que su expresión se transformó en una sonrisa y unas lágrimas se deslizaron por su cara. Finalmente el anciano le abrazó y el hombre también con sus largos brazos y delgados. Se fundieron como si fueran un solo cuerpo, como una madre achucha contra su pecho a su pequeño bebé. El hombre viejo se puso a llorar, oyendo que decía:
- Gracias, gracias, gracias.
Finalmente se separaron después de un rato, y ahora me encontraba solo ante aquel desconocido afable y bondadoso ante mí, siendo el primero de una larga cola que llegaba hasta la esquina de la calle.
Tímidamente di un par de pasos y me quedé mirando los ojos de aquel ser. Solo mirándolo me serené y tranquilicé. Sentí como todo yo liberaba todas las tensiones que había tenido hasta aquel momento.
Él me sonrió. Yo acabé de acercarme. Él no dejaba de mirarme a los ojos. Sorprendido me encontré diciéndole como un impulso no previsto:
- Enséñame a amar.
Él se me acercó al oído derecho y empezó a hablarme con unas palabras tiernas, dulces, seguras, llenas de amor y sabiduría. Parecía que me conociese desde siempre. Recuerdo que lo primero que me dijo, fue:
- No tengas miedo, hijo. No hay ningún motivo para que tengas miedo. Deja que tu corazón te hable. Serena tu mente porque ésta a de estar al servicio de tu corazón. Déjate amar porque aquello que buscas se encuentra en este amor que esperas tener.
En estos momentos me puse a llorar. El hombre continuaba hablándome y mi lloro se intensificó. ¿Cómo podía saber de mí? ¿Cómo podía saber lo que yo necesitaba? Sus palabras eran las adecuadas. Eran las precisas, las que se ajustaban a mi situación.
A medida que iba llorando, me iba relajando y calmando, sintiendo una gran paz en mi interior. Sentía su amor hacia mí. ¡Era tan grande! Nunca había sentido uno de tanta intensidad. Recuerdo también, parte de las últimas palabras que me dijo. Decían:
- Tú ya no serás tú. Tu corazón se abrirá y aprenderás a sentir la vida. Te sentirás lleno de amor y correspondido. Entonces sabrás lo que es vivir y entenderás su sentido.
Sentí la necesidad de abrazarle y decirle:
- Gracias, gracias, gracias – mientras mis lágrimas continuaban cayendo por mi rostro.
Después del abrazo quise volver a mirar sus ojos por última vez, sabiendo, entonces, qué era la bondad y el amor. Supe qué era la armonía y la paz infinita. Entonces me di cuenta que Dios existe.
Empecé a alejarme de él con la esperanza y un sentimiento de certeza que todo aquello que me había dicho, así será. Sentía en el fondo de mi corazón que todo será exactamente tal cual. Hice un suspiro profundo dándome cuenta que mi vida había abierto una puerta que me permitiría ser yo. Me sentía contento y lleno de alegría y gozo sabiendo la felicidad que sentiría en mi vida a partir de ahora. Fue como una fuerza emergente del fondo de mi interior que hasta ahora se encontraba escondida y que había llegado la hora de manifestarse.
Antes de girar la esquina quise querer mirar atrás, en dirección donde se encontraba aquel hombre tan especial que sabía decir a cada uno aquello que justo necesitaba oír y saber que la vida era de uno mismo y podía hacer y ser según sus anhelos.
Me quedé un rato de pie, quieto, mirándolo. La gente se iba emocionada y contenta. Era otra, como yo, ahora, también lo era.
Sabía que todo iba bien y me encontraba en el lugar adecuado y en el momento oportuno.
Me giré para continuar mi camino, haciendo una sonrisa conforme la vida estaba de mi lado.

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